Algunas consideraciones (insisto: muy personales y particulares, no extensibles a nadie más ni a ninguna teoría general) sobre las llamadas sesiones BDSM. He tenido ocasión a lo largo de la vida de tener unas cuantas de ellas y estoy encantado con la experiencia, me considero realmente afortunado. Pese a ello, quizá a causa de mi carácter maniático e insatisfecho, he ido acumulando algunas anotaciones críticas sobre la mecánica de la sesión, y le he dado bastantes vueltas a cómo podría desarrollar una relación o interacción bedesemera de forma menos artificiosa y ‘lúdica’. Las observaciones sobre la sesión (por cierto que me han quedado algo exageradas, quizá, por mor de la claridad y expresividad, mis disculpas…) son estas:
La cuestión más en general que se plantea es la dificultad de sentir y disfrutar de una genuina sumisión en un acto tan concreto, delimitado en el tiempo, con una mecánica muy estipulada y con unas expectativas muy claras de satisfacción mutua. Ya que, como dominante, parto de la creencia de que en la interacción lo apropiado sería que yo me sintiera plenamente complacido y servido (por supuesto la satisfacción es también deseable para la sumisa, pero no prioritariamente, sino más bien administrada por mi -sobre la administración de sensaciones, ver aquí-, a parte de la eventual satisfacción del propio someterse). Este sentir claro y real de ser servido y complacido no es siempre tan obvio o seguro en una sesión concreta:
Inicio: Ya para empezar, no me resulta natural que la sumisión sea en un rato predeterminado, con fecha y hora previstas de antemano (previstas probablemente cuando se daba un fuerte deseo de ello), ya que luego hay ocasiones en que llegado el momento puede sentirse uno muy interesado, abstraído o concentrado en otras ocupaciones (a mi me suele pasar), y aun así hay que casi ‘forzarse’ a ponerse en situación de gran dominador (y hacer los correspondientes preparativos, a veces prolijos, con los que cumplir las expectativas generadas…).
Durante las sesiones BDSM, el dom se dedica a desplegar ante la sumisa una amplia panoplia de técnicas (con años de aprendizaje, cursillos, etc., en algunos casos), artilugios (a veces fabricados por él mismo…), instrumentos varios, incluso tecnológicos, elementos ambientales (mobiliario, ganchos, luz, velas, música…). Con dicho despliegue el dom, a la manera de un buen ‘showman’, crea toda una experiencia fascinante para la sumisa, y desde luego sin ser repetitivo, sino siempre lleno de renovada creatividad y energía. La verdad es que con todo ello se lo pasa uno muy bien, en general, es como un ‘hobby’, también gratifican los progresos técnicos o educativos logrados, las fotos de tu ‘obra’… Por otro lado, por ponerme algo criticón (espero que no excesivamente), podría decirse que este modelo de sesión como pequeño circo de artilugios y sensaciones fuertes, como ‘hobby’ de dos personas hacia el placer común de 5 a 9, no encaja demasiado con los deseos de dominio total, esclavista casi, que el dom, en su perversidad, pudiera albergar.
A veces podría pensarse que toda esta actividad, dedicación, esfuerzo incluso, va más encaminada a crear sensaciones intensas en la sumisa (al menos en un 80 o 90%) que, en realidad, al servicio o satisfacción del dom; salvo en lo tocante a su ego, que en efecto se hincha (y es una satisfacción innegable) con el ‘poder’ de lograr que la sumisa ‘se deje’ o ‘aguante’ lo que le echen, gracias a su buen hacer como ‘amo’, su sabio manejo de la excitación de ella, y del morbo de la sumisión.
Salvo casos de entrega contrastada, cabe también preguntarse si ese ‘aguante’ es fruto de una verdadera sumisión personal o de un deseo de excitación extrema, vivencias intensas, sensaciones fuertes, morbo de lo inusual, demandas masoquistas… de la sumisa, que el dom satisface con la recompensa del ‘empoderamiento’ de su ego, y un desahogo sexual como remate de la sesión. (En este sentido me resultan en ocasiones sospechosas, por así decir, las muestras de extrema satisfacción de las sumisas, lo inmensamente que han disfrutado, lo bien que se lo han pasado y cuánto quieren repetir… Me da la impresión de son ellas las ‘clientes’ de un dom complaciente, maravilloso, dedicado a la realización de sesiones de ensueño para la sumisa… De acuerdo, exagero un poco, pero algo de eso sí que se pasa por mi mente maligna).
En cuanto al papel que tiene lo propiamente sexual, considero que es esencial, es sin duda un punto primordial, gratificante y satisfactorio. Aunque en principio es esa una satisfacción común a cualquier otra práctica sexual, algo no especialmente propio de las sesiones BDSM. A veces quedar para ‘sesionar’ recuerda un poco a la cita de los amantes en el hotel, o en el nidito de amor que tengan, para pasar la tarde retozando. Como si la sesión fuera un largo e intenso preliminar gestionado por un mago de las sensaciones, con innumerables trucos listos para hacer gemir a su compañera, y con la pirotecnia final del orgasmo, cigarrillo y carantoñas. Imagen caricaturesca pero que, otra vez, me siembra dudas (a mí, a título individual) sobre la dominación personal real que se da en la sesión puntual, concreta y consabida.
Por especificar un poco más lo que me resulta, en mi caso muy personal, más excitante sexualmente en las sesiones BDSM, los elementos principales son las muestras de sometimiento y la humillación:
-En cuanto al sometimiento, mi intención suele ser crear alguna situación propicia para que la sumisa pueda realizar acciones de obediencia, servicio, adoración, ofrecimiento, entrega personal, etc… Lo cual suele funcionar muy bien en ocasiones; pero también también hay que anotar que en otros momentos o personas, la interacción no va por esos derroteros internos, sentidos, de humilde veneración, de sacrificio…, sino que la propia energía de la sumisa (a veces, incluso su físico, por atractivo que sea, no me transmite la sensación de humildad, de subordinación), y la vibración general que haya entre los dos, orientan la situación hacia una estimulación fuerte, externa, muy física y carnal. Cuando se dan las cosas así, lo cual no es infrecuente en las sesiones puntuales, pues hay que intentar centrarse más en lo físico, y disfrutar de ello lo que se pueda, si bien al menos en mi caso no es lo ideal.
Los mencionados gestos, actos, posturas, actitudes…, de sumisión explícita me resultan satisfactorios, sobre todo si siento que se hacen de corazón, y si van mezclados con la humillación. Aunque también (culpa de mi mente calenturienta) me ha ocurrido a veces preguntarme si no serán realizados como un simple juego, algo ritualizado, incluido entre las prácticas convencionales y habituales, pero sin un especial significado en términos profundos. No me parece inusual oír encendidas muestras de retórica sumisil que rápidamente pueden trocarse en discusiones a cara de perro, reproches, menosprecio incluso, al darse por parte del dom un fallo en el cumplimiento de las expectativas.
-En cuanto a la humillación, tal y como yo la entiendo (ver más aquí), hace falta un conocimiento detallado, íntimo, de la otra persona como ser humano, saber los puntos débiles que le humilla mostrar incluso en un entorno seguro (como siempre lo ha de ser), lo que la hace enrojecer con el orgullo placenteramente pisoteado, cuál es la autoimagen que la degrada/excita por contraste con la que quiere mantener en público… etc, etc… Y algo esencial: que realmente le afecte rebajarse ante este dom en concreto; es decir, no le puede dar igual lo que piense de ella, no puede serle indiferente como sí podría sérselo un compañero erótico momentáneo… Cuando todo lo anterior se cumple (y no siempre precisamente con las sumisas más ‘avanzadas’), el placer y excitación son grandes; pero en cuanto falta el conocimiento y la relevancia mutua, mucho de ello pierde su sentido; y los intentos de humillación estereotipada (lo único que queda a veces en las sesiones de un ratito) a base de insultos o malas palabras… se me quedan muy pobres.
Y para la humillación en un sentido físico, hace falta además que la sumisa posea ciertos rasgos, como pudor corporal, miedo al ridículo, vergüenza de sus defectos, preocupación por la autoimagen… (junto a la voluntad y deseo de vencer dichas resistencias, autodegradarse morbosamente y ‘desnudarse’ de su orgullo: sin duda la más bella ofrenda al dom). Todo ello me resulta fascinante y excitante, aunque no es una escena tan fácil de encontrar como parece, ya que hoy en día es ya muy frecuente una desinhibición corporal total, sin vergüenzas ni obstáculo de pudor alguno para desempeñar con la mayor naturalidad y sin complejos (ni morbo) cualquier actividad física que se proponga.
Llega pues el fin de la sesión. ¿Qué hacer? Wiseman, paladín del BDSM bondadoso y correctista, aconseja que los participante pasen algo de tiempo juntos fuera del rol de cada uno, inmediatamente después de la sesión (‘SM 101’). A mi me surgen dudas sobre esto… Si las personas se caen bien, se podría acabar la tarde picando algo o viendo una película; pero encuentro muy probable que ello vaya en contra de la interacción bedesemera, generando un ambiente de ‘colegas’ que a mi no me cuadra con la dominación. Otro aspecto es que mucha gente, después del traqueteo físico (especialmente después de correrse) muestra un lado de la personalidad un poco (o totalmente) contrapuesto al de la sumisión (sumisión que le ‘crece’ con la excitación), por lo que podría muy bien darse el caso de que la cosa termine en diferencias, frialdad, cuando no en discusión agria (para evitar ese peligro debería tener yo un carácter amable, bienhumorado y complaciente del que carezco).
En fin, voy terminando… Quizá me he pasado con los tintes negativos, ya que en realidad he disfrutado mucho con todo tipo de sesiones. Pero sí es cierto que, a la larga, algunos cuestionamientos muy propios de mi carácter gruñón y descontentadizo, me han llevado a pensar si podría haber otras posibilidades (y no estoy pensando, por cierto, en la convivencia amo/sumisa como polo contrapuesto a las sesiones), otros escenarios que a mí, muy personalmente, me resultaran más auténticos, menos convencionales, menos delimitados en el tiempo y en los objetivos; en los que pudiera desarrollarse lo que me imagino como una sumisión más realmente perversa y morbosa.