Es frecuente, en los círculos bedesemeros, oír la objeción de que en ‘Historia de O’, el sometimiento, los sacrificios y las prácticas ‘de entrega’ se realizan más bien por amor, como prueba de amor, o para lograr el amor, que por sumisión genuina, natural y profunda. Y, en efecto, en la novela se menciona mucho el amor, pero ¿qué amor? Nos preguntamos si se trata de un amor romántico, ‘vainilla’, u otro tipo de ‘sentir bedesemero’ como el que veníamos a sugerir en estos párrafos de hace unos años.
Por supuesto nos referiremos aquí solo a las novelas firmadas por Pauline Réage, y no a ninguna de las versiones cinematográficas posteriores. Es pertinente aclararlo, ya que gran parte de la opinión popular sobre la ‘Historia de O’ se basa, por lo que parece, en la película de Just Jaeckin (1975). Dejaremos también de lado las partes más anecdóticas del argumento, como esa ‘sociedad secreta’ de oscuros millonarios, etc., para centrarnos en los fragmentos donde se expresan los sentimientos más personales de la protagonista, a fin de entenderlos lo mejor posible.
Un día, su amante lleva a O a dar un paseo…
La historia comienza ‘in medias res’, cuando O es entregada como esclava en el ‘castillo’ de Roissy. Cabe, pues, preguntarse, ¿qué ha pasado antes? Sabemos que René no la había atado ni azotado nunca; y tampoco parece que hubieran hablado de los detalles del adiestramiento, ya que todo lo que le pasa luego resulta para ella una sorpresa. Vemos aquí una primera pista sobre el impulso a la sumisión de O, ya que parece poco probable, si no existiera esa tendencia fuerte, que una persona se metiese sin la menor protesta —por mucho que quisiera a su ‘amante’— en semejante cautiverio…
Por otro lado, ella nunca se refiere a ‘su novio, su pareja…’; siempre a ‘su amante’, que parece transmitir un sentir (no sé si quizá propio del idioma francés) más bien basado en el deseo erótico. Pensamientos románticos, ‘vainilla’, planes de futuro, reciprocidad o fidelidad… nada de eso está presente. Así pues, desde el primer momento, el amor de pareja, tal como solemos entenderlo, aparece bastante dudoso como posible motivación de su esclavitud.
Te quiero
Es la primera vez en que se lo oímos decir: René acaba de entregarla a varios desconocidos que la han forzado, usado sexualmente repetidas veces y azotado intensamente. Entonces él le dice que la ama. «O, temblando, se dio cuenta, aterrada, de que [ella] le respondía «te quiero» y de que era verdad». ¿Por qué ese sentir amoroso suyo espontáneo la hace sentirse asustada de sí misma? Sin duda por darse cuenta claramente cómo le nace ese fuerte sentimiento directamente asociado al sometimiento, al poder que se está ejerciendo sobre ella, al hecho de haber sido reducida a la esclavitud.
Acto seguido su ‘amante’ le ordena practicarle sexo oral, estando aún delante los desconocidos que la han forzado y azotado, y que están disfrutando del espectáculo. Entonces:
«René ordenó bruscamente: “Repite: te quiero”. “Te quiero” —repitió O con tal deleite que sus labios apenas se atrevían a rozar la punta del sexo que…».
Vemos que es René mismo quien la insta a asociar la expresión verbal y efusiva del ‘amor’, con la situación de excitación erótica que ella siente y con el sometimiento físico pleno. La escena continúa por parte de O con un auténtico éxtasis de devoción y erotismo claramente asociado al poder ejercido sobre ella como objeto:
«Con la boca llena de aquella carne endurecida, ella volvió a murmurar: “Te quiero”. O oía los comentarios de los presentes pero, a través de sus palabras, espiaba los gemidos de su amante, atenta a acariciarlo, con un respeto infinito (…). O sentía que su boca era hermosa, puesto que su amante se dignaba penetrar en ella, se dignaba mostrar en público sus caricias y se dignaba, en suma, derramarse en ella. Ella lo recibió como se recibe a un dios, le oyó gritar, oyó reír a los otros y, cuando lo hubo recibido, se desplomó de bruces».
‘Historia de O’ (Guido Crepax, 1975)
Se mezclaba tanta dulzura al terror…
Tras la larga sesión de uso sexual y dolor, ella descansa encadenada a la cama. En ese momento, esperaría el lector alguna lamentación por el trato recibido, o bien invocaciones a ese supuesto amor romántico que justifiquen la situación. Sus pensamientos, sin embargo, van por otros derroteros:
«O se preguntaba por qué se mezclaba tanta dulzura al terror que sentía o por qué le parecía tan dulce su terror. Descubrió que una de las cosas que más la afligían era verse privada del uso de las manos; (…) Sus labios mayores, que le ardían entre las piernas, le estaban vedados y tal vez le ardían porque los sabía abiertos a quien quisiera…».
Lo que destaca es una excitación erótica persistente y causada, lo vemos con claridad, por su situación de sometimiento, la disponibilidad al poder de los demás, el miedo ‘dulce’ al látigo, etc…
«La asombraba que el recuerdo del látigo la dejara tan serena y que la idea de que tal vez nunca supiera cuál de los cuatro hombres la había forzado por detrás dos veces, ni si había sido el mismo las dos veces, ni si había sido su amante, la trastornara de aquel modo».
El recuerdo de la dura experiencia vivida acentúa su excitación, y en especial el verse como objeto sumiso de un poder que la subyuga. Tal excitación llega a materializarse en un intento masturbatorio, si bien la cadena se lo impide:
«Volvió a ver la mano que en el coche le había quitado el liguero y las bragas, y le había dado las ligas para que se sujetara las medias por encima de las rodillas. Tan viva fue la imagen que ella olvidó que tenía las manos sujetas e hizo chirriar la cadena».
Puesto que él la amaba…
Duerme plácidamente, si bien es azotada nuevamente y entregada a otro desconocido (con el que grita de placer), y por la mañana su ‘amante’ René le anuncia explícitamente que desea compartirla y prostituirla, si bien manteniendo su propiedad: «Él no quería separarse de ella. Y cuanto más la entregaba, más suya la sentía». Este parece ser el punto clave para ella, el amor/deseo del otro: «O lo escuchaba temblando de felicidad y, puesto que él la amaba, consentía en todo». Él ha hablado de posesión, de propiedad, pero ella identifica esos deseos con ‘amor’. Y parece esencial remarcar que no consiente porque ella lo ame, sino porque él la ama, o sea, porque él la desea y la posee.
Siguen diversos episodios de adiestramiento, con uso sexual y azotainas diarias. Durante ese periodo «… nada la ayudaba tanto como el silencio, excepto las cadenas. Las cadenas y el silencio, que hubieran debido atarla al fondo de sí misma, ahogarla, estrangularla, por el contrario, la liberaban». La liberaban, claro, de sí misma, de sus pensamientos, del ejercicio de su voluntad. Abandono y falta de alternativas vistos como hechos placenteros y liberadores.
Por fin sale O de Roissy y retoma su vida habitual. No vemos que la relación con su ‘amante’ presente el más mínimo carácter romántico, de pareja o propiamente ‘amoroso’, sino que consiste sobre todo en que ella va moldeando su vida cotidiana según una serie de instrucciones, hábitos y órdenes de diverso tipo: Al recibir las instrucciones que debe cumplir, «ella lo escuchaba sin decir palabra, pensando que estaba contenta de que él quisiera convencerse (…) de que ella le pertenecía y pensando también que era muy ingenuo al no darse cuenta de que su sumisión a él estaba por encima de toda prueba».
Todas esas órdenes, siempre tendentes a facilitar su uso sexual en cualquier situación, siguen la línea de las aprendidas en Roissy, pero ahora sin cadenas, fundamentándose solo en su propia sumisión interior: «No llevaba collar ni muñequeras, estaba sola, sin más espectadores que ella misma. Y, sin embargo, nunca se sintió más sometida a una voluntad que no era la suya, más esclava ni más feliz de serlo».
Sumisión y amor/deseo
Para hacer un resumen de esta primera fase, podemos resaltar estos elementos del sentir de O:
**Una sumisión natural e intensa al deseo de su ‘amante’, con el impulso fuerte e inmediato a satisfacer y cumplir dicho deseo. Este componente de veneración y sometimiento al poder se percibe en cada página, por ejemplo: «Él insistió: no había abierto las piernas lo suficiente. La palabra ‘abre’ y la expresión ‘abre las piernas’ adquirían en la boca de su amante tanta turbación y fuerza que ella las oía siempre con una especie de postración interior, de rendida sumisión, como si hubiera hablado un dios y no él».
**Muy destacada es la hiperexcitación erótica que experimenta, causada por el deseo (o ‘amor’) que ella despierta en su ‘amante’, y muy intensificada por el poder que él (y otros) pueden ejercen sobre ella para satisfacer dicho deseo. Y ese poder erotizante para ella incluye tanto los actos de dominación y castigo, como las caricias o el libre uso de su cuerpo; y también las órdenes verbales, los símbolos y objetos (anillos, cadenas, látigos…); su propia desnudez, e incluso la contemplación del cuerpo del hombre, las manos por ejemplo, repetidamente.
**Invariablemente, el deseo erótico y de posesión dirigido a ella la desarman, impulsándola a cumplirlo de inmediato. Y el dominio físico, contundente, el hecho de ser usada sexualmente o castigada la excita de manera extrema. En último término ese sometimiento le produce una gran paz y abandono, una liberación de sí misma. A todo lo anterior, es frecuente que ella lo llame ‘amor’, aunque ya hacia el final de la primera parte piensa de sí misma como sumisa o esclava.
Una voluntad firme y glacial
Tras la vuelta a la normalidad, el papel de René, el ‘amante’ de O, va pasando a segundo plano, su presencia es cada vez menor, sobre todo desde que cede la propiedad de O a Sir Stephen. De la mano de éste, ella avanza hacia una segunda fase de sumisión. Veamos algunos detalles de la escena en que Sir Stephen toma posesión de O:
«Sir Stephen se acercó a ellos y cuando René dejó [de besarla] por fin y ella abrió los ojos se encontró con la mirada fija y gris del inglés. Aunque aturdida y jadeante de felicidad, pudo darse cuenta de que él la admiraba y deseaba».
‘Historia de O’ (Guido Crepax, 1975)
Y más adelante: «…si tenía que ser sincera consigo misma, se sentía demasiado turbada por el deseo que leía en los ojos de Sir Stephen para engañarse y, por más que temblara, o tal vez precisamente por temblar, sabía que ella esperaba con más impaciencia que él el momento en el que él posara su mano, o quizá sus labios, en ella. Seguramente, de ella dependía adelantar este momento».
Hasta aquí se repite el mecanismo que hemos observado ya antes en este análisis del amor en la Historia de O: es el deseo del otro, y su autoridad para cumplirlo, lo que despierta la fuerte excitación de O, y el ansia de verse sometida a ese poder, de permitir enseguida que el dominante satisfaga en ella su deseo. Sin embargo, en este caso las cosas se orientarán de manera diferente:
«[Sir Stephen] Estaba fumando y, a un movimiento de su mano, que O nunca supo si había sido involuntario, un poco de ceniza casi caliente fue a caerle entre los senos. Ella tuvo la sensación de que quería insultarla con su desdén, con su silencio, con su atención impersonal. Sin embargo, él la había deseado poco antes, la deseaba todavía, ella lo veía tenso bajo la fina tela de la bata. ¿Por qué no la tomaba, aunque fuera para herirla? O se odiaba a sí misma por aquel deseo y odiaba a Sir Stephen por su forma de dominarse. Ella quería que él la amara, ésta es la verdad: que estuviera impaciente por tocar sus labios y penetrar en su cuerpo, que la maltratara incluso, pero que, en su presencia, no fuera capaz de conservar la calma ni de dominar el deseo».
Interesantes sentimientos sin duda, y una clara definición de lo que ese ‘amor’ tan traído y llevado significa para O (que él ‘estuviera impaciente por tocar sus labios y penetrar en su cuerpo’). Lo que está claro es que el poder especial, novedoso, de Sir Stephen, que como veremos incluso ‘la asusta’, radica en su autocontrol, en su independencia de un deseo (de tomarla, poseerla, someterla…) que ella podría provocar y, por tanto, en la fuerza de voluntad del hombre, que ella no puede influenciar:
«Pero en Sir Stephen adivinaba una voluntad firme y glacial que el deseo no haría flaquear y ante la cual ella no contaba para nada, por conmovedora y sumisa que se mostrara. ¿Por qué, si no, iba ella a tener tanto miedo? El látigo que los criados de Roissy llevaban a la cintura, las cadenas que tenía que llevar casi constantemente, le parecían ahora menos temibles que la tranquilidad con que Sir Stephen le miraba los senos sin tocarlos».
Sumisión y voluntad/poder
La obediencia al deseo erótico y de posesión del otro (a veces descrito como ‘amor’) cuenta aún con esa justificación o coartada, tiene un carácter manejable: puesto que el otro se excita, desea poseerme, yo siento un natural impulso a complacer su deseo con mi entrega… Sin embargo, ahora O se enfrentará a otro reto: el de la obediencia pura, el plegarse, sin más, a la voluntad del otro, a su poder desnudo. Dice Sir Stephen, en una frase que es todo un programa para la marcha de la sumisión de O.
«Tú confundes el amor con la obediencia. A mí me obedecerás sin amarme y sin que yo te ame».
Vemos más adelante explicada con más detalle la diferencia entre la sumisión a su primer dueño y al segundo: «…existía [entre O y René] cierta igualdad (aunque no fuera más que la de la edad) que anulaba en ella el sentimiento de obediencia, la sensación de sumisión. Lo que él le pedía, ella lo deseaba inmediatamente sólo porque él se lo pedía. (…) [Por el contrario] Ella obedecía las órdenes de Sir Stephen porque eran órdenes, agradecida de que se las diera».
En la primera fase, cuando nota la excitación del dominante, es ella misma la que desea satisfacer de inmediato su deseo. En la segunda, ella siente el impulso a obedecer la voluntad de él, por pura obediencia a la orden. Es este sometimiento mismo al poder de él, el que ahora la excita y colma.
¡Qué delicia la anilla de hierro…!
La narración prosigue con distintas peripecias de adiestramiento, marcas, relaciones con otros personajes… En otro pasaje importante, la figura de René, al que tanto ‘amaba’, sale sin más de su vida, al dirigirse el deseo de él hacia otra mujer.
«Ya está aquí —se decía O—, ya está aquí el día que tanto temía yo, el día en que yo no fuera para René más que la sombra de una vida pasada. Y ni siquiera estoy triste, (…) puedo verlo a diario sin que me duela que ya no me desee, sin amargura, sin pesar. Y, sin embargo, hace sólo unas semanas corrí a suplicarle que me dijera que me quería. ¿Era esto mi amor, algo tan frágil, tan consolable? Pero ni siquiera he de consolarme: si soy feliz. ¿Bastaba, pues, que me diera a Sir Stephen para que me desligara de él y entre unos brazos nuevos naciera a un nuevo amor?».
Vemos aquí su propio cuestionamiento de lo que ella llamaba ‘amor’ (relativo a complacer el deseo del ‘amante’) y su sustitución por una sumisión al poder ‘sin piedad’ como tal:
«Pero, ¿qué era René al lado de Sir Stephen? Cuerda de heno, amarra de paja, cadenas de corcho… (…) Sin embargo [con Sir Stephen], ¡qué seguridad, qué delicia la anilla de hierro que taladra la carne y pesa siempre, la marca que nunca se borrará, la mano de un amo que te tiende un lecho de roca, el amor de un dueño que sabe apoderarse sin piedad de aquello que ama! Y O se decía que, a fin de cuentas, no había amado a René sino para aprender lo que era el amor y saber darse mejor, esclavizada y colmada, a Sir Stephen».
El deseo de ser objeto
En este último fragmento veremos el final del recorrido de O: si el día que conoció a Sir Stephen, quería que él la ‘amara’, la deseara por su belleza y sumisión, reprochándole internamente que el poder (de autocontrol) del dominante fuera más fuerte que su deseo; ahora las tornas se han cambiado y es el ejercicio de la voluntad soberana, sea cual sea, del inglés, su poder ejercido sin considerar la opinión de ella, como si de un objeto se tratara, lo que la enciende física y espiritualmente hasta el máximo.
«…O sintió que la empujaba hacia la pared, que le asía el vientre y los senos y le abría la boca con la lengua y gimió de felicidad y de alivio. La punta de sus senos se endurecía bajo la mano de Sir Stephen. Con la otra mano, él le palpaba tan rudamente el vientre que ella pensó que iba a desmayarse. ¿Se atrevería a decirle algún día que no había placer, ni alegría, ni fantasía que pudiera compararse con la felicidad que sentía por la libertad con que él se servía de ella, por la idea de que no le guardaba ningún miramiento ni ponía límite a la forma en que buscaba el placer en su cuerpo? La certeza que tenía de que cuando él la tocaba, ya fuera para acariciarla o para golpearla, que cuando le ordenaba algo era únicamente porque lo deseaba, la certeza de que él no pensaba más que en su propio placer, colmaba a O de tal manera que, cada vez que tenía prueba de ello, o solamente cada vez que lo pensaba, se abatía sobre ella una capa de hierro, una coraza ardiente que le iba desde los hombros hasta las rodillas».
…bastaba con que ésa fuera su voluntad
Podemos concluir, sobre el mundo
sentimental de O:
- La relación de amor romántico y de pareja, a la manera ‘vainilla’ juega un papel muy reducido, y en todo caso más como
retórica o forma de expresarse que como pauta real de comportamiento o expectativas de relación. - De principio a fin hay un sometimiento voluntario y complacido a los deseos, órdenes, caprichos… de sus dominantes o
de las personas designadas por ellos para dominarla, usarla sexualmente, castigarla, etc… - Hay una fortísima excitación sexual, invencible para ella, siempre implicada en el cumplimiento, ya sea del deseo erótico de los demás (incluyendo adiestramientos o castigos), o en general de cualquier orden recibida de las figuras de poder. Se percibe incluso una necesidad explícita de sentir ese poder, la urgencia de ser tomada, el deseo de recibir órdenes…
- Ese conjunto de deseo erótico, sometimiento natural, esta especie de ‘sentir bedesemero’… se describe en distintas ocasiones como amor, veneración, respeto, ‘ser como un dios’, rendida sumisión, postración… A remarcar la importancia de los detalles, símbolos y marcas físicas, que son causa también de intenso orgullo y excitación erótica.
- Se ve una evolución o progreso de sus pautas de sumisión en dos fases que pueden expresarse así:
- Deseo erótico del dom. – excitación de O – sometimiento
- Voluntad del dominante – sometimiento – excitación de O
- Con frecuencia el sometimiento va acompañado de una sensación de abandono, de liberación de sí misma, vivida como placentera. Si bien la profundización de la sumisión va en una línea cada vez más impersonal (sometimiento a cualquiera con el poder necesario), esto es vivido en cierto modo como negativo, manteniéndose siempre el deseo de que la sumisión sea personal, a un dominante específico, lo cual es vivenciado con tintes de felicidad. (Sobre esto, ampliar en otra ocasión).
A manera de cierre, copiamos estas líneas, de ‘Retorno a Roissy’, segunda parte de la obra, aparecida en 1969, donde vemos la plena aceptación de O, sin cortapisas, de la voluntad de su dominante:
«”¿Pero por qué no me ha dicho nada?, se repetía O, “¿Por qué?”. Y ora se creía sencillamente abandonada, pensando que Sir Stephen la había enviado a Roissy (…) para desprenderse de ella, ora creía lo contrario, pensando que Sir Stephen seguía deseándola aún; de todos modos, Anne-Marie tenía razón: lo que él quisiera no era de su incumbencia, ni los motivos que lo movieran; bastaba con que ésa fuera su voluntad».