Corre el frío por las aceras flanqueadas de solares y desiguales edificios. Sesión de tapas variadas y acalorada conversación alrededor de la catalítica. Pulpo, chorizo y patatas bravas. Se nota hermanada la heterogénea pandilla por el amor a la dialéctica y al morbo.
Luego, fase de libaciones y arte drámático: «¡Director, director!… ¿cómo nos ponemos?». Entre las altas paredes del Laboratorio de Fantasmas, decoradas con desparpajo postmoderno y coños reconocidos, el aire se caldea por las risas y los flashes incesantes. Con disciplinada improvisación hay que mover muebles, hacer ataduras, ajustar zapatos o corsés, probar juguetes… Mientras, las velas o los focos dibujan un circulo para el tacto cruel.
Al fin, siempre, en torno a la belleza y a la gracia, surge una intensidad inesperada como un ectoplasma que atrapa a cada uno de los presentes. Despedidas a altas horas y ya el frío y las últimas charlas camino del Manzanares.