Sobre la normalización del BDSM
Parece un hecho cierto que en estas décadas del s. XXI se ha dado un fuerte aumento en la aceptación social de las prácticas bedesemeras. Hay una creciente visión positiva y ‘limpia’ de unos impulsos que fueron demonizados y tenidos por patológicos hasta hace poco.

Mencionemos a este respecto un libro de muy reciente aparición: «I LOVE BDSM. Guía para principiantes sobre juegos eróticos de bondage, dominación y sumisión«. Para empezar, vemos que se tranquiliza al lector limitando el BDSM a un conjunto de juegos eróticos y excluyendo de ellos, ya en el subtítulo, el conflictivo ‘sadomaso’… El trabajo de normalización del BDSM se inicia desde las primeras líneas de la introducción:
No te preocupes: estás bien.
Comencemos con lo más importante: (…) ten la seguridad de que no tienes nada de qué preocuparte: es completamente normal.
No solo es normal, sino incluso natural (?):
Para decir esto, la Biología y la Etología nos enseñan cómo todos los mamíferos -incluidos los humanos- nacen con un instinto natural de dominación y sumisión indispensable para vivir con sus contrapartes.
Antes de nada se nos dice ‘Qué no es BDSM’: se trata por supuesto del sadomasoquismo, caracterizado como violento, agresivo y enfermo. Por suerte ya llega el BDSM al rescate de lo normal:
Qué es BDSM
‘BDSM’ es un acrónimo creado en la década de 1980 para distinguir el erotismo extremo del sadomasoquismo patológico.
Y luego, tras explicar el sentido de cada letra de las siglas BDSM:
Ahora que sabes lo que significa el acrónimo, permítame ofrecerle una sugerencia amistosa: olvídalo. Hoy en día, la palabra entró firmemente en el uso común, por lo que el tratar de ignorarla solo se sentiría como una pretensión snob. Por otro lado, podemos darle una definición mucho más bonita y precisa. Mira esto:
‘BDSM’ se refiere a cientos de juegos eróticos diferentes que comparten una sola característica: una persona se pone al servicio de otra, esforzándose por aceptar y saborear lo que suceda; por su parte, este último asume la responsabilidad de gestionar la escena y decidir qué sensaciones y emociones experimentarán ambos.
Encantado con esta ‘bonita definición’, el autor puede ya tranquilizarnos plenamente: no estamos locos; puesto que en la mencionada frase definitoria:
… sobre todo, no hay rastro de alguna patología. De hecho, la atención se centra en la armonía entre las personas y cómo hace que estas relaciones sean especiales. BDSM no se trata de trajes de látex, nudos y velas, sino de confianza, comunicación, sensualidad y respeto mutuo.
Se ve clara la normalización del BDSM. Queda plenamente ‘blanqueado’ todo lo bedesemero como un conjunto de juegos eróticos, armoniosos, totalmente ‘sanos’ y correctos, llenos de normalidad, placer para todos y respeto mutuo…
La perversión y la ley

En realidad, con las anteriores frases, lo que nos está diciendo la guía es que en lo bedesemero de hoy no queda ni un átomo de incorrección, transgresión o perversidad. Ya que la perversión es justamente lo transgresor o lo que se mueve en los terrenos limítrofes a la transgresión de la norma moral:
La relación del perverso con la ley es fundamental: desafío y transgresión son dos características de esta relación. La ley del padre, la prohibición del incesto, el perverso no los reconoce. (centropsicoanaliticomadrid)
El psicoanálisis lacaniano insiste en que lo definitivo de la perversión está en esa postura existencial de “ser ley”. Hay una frase (…) que define a la perfección la lógica del perverso: “Las leyes, (…), se hicieron para violarlas”. Es la postura frente a la ley y su cumplimiento lo que constituye o no la perversión. (lamenteesmaravillosa)
Y no se refiere realmente a la ley positiva (que conviene en principio respetar), sino a los hábitos sociales, a las normas religiosas y morales de lo correcto y aceptable. Ellas regulan la conducta, haciendo que nos ‘reprimamos’ de sentir o hacer aquello que la sociedad considera ‘malo’ o pervertido. Justamente de ahí viene el morbo de ciertas prácticas:
…el perverso no se reprime y esa es su diferencia con el neurótico. Impone su propia ley, por así decirlo. El neurótico, en cambio, se reprime aunque luego reniegue de ello. Desearía ser como el perverso, que hace lo que quiere y no sufre por ello. (lamenteesmaravillosa)

Normalidad y normatividad
Pero la moralidad de la sociedad se ensancha gradualmente y así determinadas áreas de la conducta humana antes excluidas se van reintegrando al orden social. Creo que esta normalización del BDSM es positiva en cuanto a que dichos gustos son tenidos ahora por (más) normales; pero acaso al precio de sufrir el otro sentido de la palabra ‘normalizar’, el de ser encajado en un nuevo conjunto de normas y reglas estrictas.
Es lo que hemos visto en la guía antes comentada: lo que antiguamente era rechazado en bloque, con horror, es ahora aceptado pero a condición de expurgarlo de los detalles escabrosos, de bañarlo en sentimientos de armonía y de regularlo mediante un conjunto de protocolos y decálogos y en base a una equitatividad cumplidora y respetuosa…
Se tiene la impresión en ocasiones de que, desprovista de lo transgresor y perverso, la herencia de los viejos Sade y Sacher-Masoch (y también la de los silencios corredores de Roissy) se ha visto reducida a un ‘kit’, a un ‘tupper-sex’ de artilugios para producir sensaciones físicas, a un conjunto de juegos atrevidos y de alegres mascaradas, tras las cuales la normalidad y la ortodoxia social quedan garantizadas. Para algunos, todo ello redunda quizá en un desinterés, una pérdida del morbo, de la chispa excitante de lo transgresor una vez domesticado…
Lo bien visto y el juicio a los demás
Volviendo a la definición de la mencionada guía ‘I love BDSM’, tengo la impresión de que hay hoy un estilo bedesemero ya bien integrado en la corriente principal, ese que es armonioso, sensual, respetuoso, alegre y estético. El BDSM aceptable, amoroso y bien visto en las redes sociales. Y luego quedan ‘restos’ con cierto regusto perverso (dolor extremo, trato degradante, humillación, y supongo que otros muchos más) que ‘chirrían’ aun a la mayoría y están mal vistos.


Y ese ‘estar mal visto’ va acompañado de un juicio personal hacia los practicantes. Si antes se juzgaba según criterios morales, que se presentaban como evidentes tras un largo adoctrinamiento religioso, ahora es el sentido común (tan invocado por los ‘teólogos’ de hoy) el que se usa como criterio igualmente evidente tras un largo adoctrinamiento mediático. También es criterio habitual del juicio ‘ad hominem’ la ideología de cada cual, o la acendrada sabiduría de experto filósofo de bar, o simplemente la colección de filias y fobias de cada cual.
El caso es juzgar y condenar, llegando a veces al linchamiento, la vida de los demás. No se trata de una opinión general sobre determinados temas, sino siempre el ‘zasca’ individual, el ataque y desprestigio personalizado, desde, me parece, una pretendida superioridad moral: ‘mis prácticas son las mejores, las más correctas’, o quizá desde la intuición de que serán las que atraigan más aplausos del público…
Según la web divulgativa ‘La mente es maravillosa‘:
Las personas que juzgan a los demás suelen detestar gran parte de su vida (…) Mantienen una relación de conflicto psíquico con este tipo de eventos de su vida. Quieren justificar su trayectoria desacreditando la vida de otros.
Y prosigue un detallado análisis de ese tipo psicológico, aunque ignoro si el texto tendrá una fundamentación sólida. Sí me parece acertado su consejo de:
Debes ignorar a estas personas (…), aunque debamos estar alerta y preparados para que no sobrepasen los límites de nuestra intimidad a un nivel más que condenable.

Juzgar vs. comprender
Pienso que conviene a cada uno formar y fundamentar (con investigaciones, lecturas…) opiniones sobre los temas generales, pero que el juicio a determinado individuo personal tiende a ser inútil y fuente de conflictos estériles. En nuestro campo, soy de la opinión de que seria bueno limitar el juicio a la persona individual
- al cumplimiento de la legalidad (asumiendo que ésta tenga legitimidad por su origen democrático) y
- al necesario consentimiento previo de las partes.
- También quizá sobre el recomendable cuidado de la seguridad.
Pero sobre los gustos o prácticas de particulares concretos, que cumplan lo anterior y que no hagan daño a terceros, ¿qué tiene que decir ninguna otra persona?
En estos casos me parece más enriquecedor intentar comprender la esencia de esa práctica o gusto (las motivaciones, los sentimientos y efectos que implica…), aprender de ella y ampliar quizá el propio espectro mental o de actividades.
¿El BDSM hispano es poco perverso?
Además de la tendencia mencionada al juicio personal de unos sobre otros, basado normalmente en la ideología y en lo políticamente correcto, en la corriente bedesemera que se quiera defender como ortodoxa o demonizar… etc., tengo la impresión de que el BDSM hispano cuenta en sí mismo con escasa ‘perversidad’:
Es que una perversión es, bien visto, una ‘historia’ que uno fantasea, cuenta y se cuenta, Y LA VIVE (no como el neurótico, que la reprime). Para eso hay que leer, imaginar y tener una mente ‘retorcida’. Mientras que (es solo una hipótesis a estudiar) puede que el hispano sea, digamos, mas ‘bruto’, o sea que se deja llevar por las ganas y arrasa con todo para satisfacerse así, directa y toscamente, sin preocuparse de las elaboraciones artísticas, técnicas, las formas de hablar y actuar que separan la mente perversa de la simple pasión arrolladora… ¿Alguna opinión sobre ello?