—El tratamiento que le diste a mariposa en los pezones el otro día, me puso de lo más cachondo…
Relee Héctor los recientes mensajes de DonJavi, alusivos a la última noche en que estuvieron juntos en el Tabú. Entonces, el joven dominante no dejaba de pedirle, ya consejos, ya ayuda concreta para castigar, someter, domar… a la escultural y desganada vMariposa. Eso decía, aunque MisterKhan no sabía bien que pensar.
Estaban sentados en unas butacas y habían puesto a la muchacha de rodillas ante ellos, sobre un cojín, mientras hablaban. A pesar de la posición, supuestamente protocolaria, ella no dejaba de revisar el móvil ni de dar sorbitos a su copa mirando al tendido…
—Mariposa se distrae con una mosca, yo creo que deberíamos atarle las manos, ¿no te parece? —propuso MisterKhan—, y como ya lleva puestas las muñequeras…
—Claro —dijo el otro—, aunque no le gustará…
Inmediatamente, Héctor se levantó y le juntó las manos a la espalda. Luego las fijó enganchando un pequeño cierre. Antes le había quitado el móvil obviando su gesto de protesta. Ella se quedó muy seria y mohina, inmovilizada y sin poder pavonearse…
—¿Qué, no está cómoda la señora? —se burló MisterKhan pues ella rebullía e intentaba cambiar de posición.
—Esta ya no va a ninguna parte —añadió DonJavi, queriendo resultar también malvado.
—¿No tenías ahí unas pinzas?
Eran de las que se aprietan con un tornillito, pero que siempre parece que se están cayendo…; MisterKhan las cogió con un gesto de desconfianza.
vMariposa llevaba, además de una faldita negra de cuero, un minicorsé, más bien decorativo que apretado, con el ombligo al descubierto. El dominante más maduro cogió con las dos manos el borde de la prenda, con ademán de tirar de ella hacia abajo.
—¿Tetas fuera? —dijo mirando interrogativamente a DonJavi. El asintió con gesto de help yourself. Al bajar el endeble corsé, saltaron fuera dos pechos de dibujo perfecto, si bien de tamaño algo pequeño, elásticos y de pezón claro. La chica miraba a su dominante para saber a qué atenerse.
—A ver, no te acomodes tanto. —Como ella intentaba echarse para atrás y sentarse en los talones, la obligó a erguirse de un fuerte tirón en los pezones. Ella gritó, buscando a DonJavi con la mirada, pero luego, una vez alzada, con la cara y el torso a poca distancia de él, MisterKhan la tranquilizó con suavidad.
—Ya está, ya está; eso no es nada… Así: bien tiesa y estirada, que te veamos todos mejor, esa cara tan bonita y esos ojos maravillosos también, quiero que me mires, mariposa, eso es.. que los vea yo bien… —le decía Héctor casi en un murmullo, mientras acariciaba, ahora delicadamente, el contorno sedoso de los pechos y los pequeños pezones, ya bastante duros y en punta—. ¿Te gusta así?
—Si… —suspiró ella.
—Si, ¿qué?
—Sí, señor. —Y se mordía los labios delineados por el carmín.
En su zona del local, algunos asistentes contemplaban la escena; atraídos sobre todo por la belleza de la sumisa. DonJavi, por su parte, se mantenía en silencio, atento y por lo que parecía, incluso turbado.
Mientras, seguía MisterKhan sus juegos, alternado la caricia de sus dedos en la aureola, en la afilada punta de los pezones, con pequeños pellizcos que la hacían gemir suavemente. Ella no se apartaba ya de los ojos del maduro dominante, que le sonreía comprensivo mientras estiraba su carne con firmeza, atrayéndola hacia sí, y hacía girar luego el pellizco entre sus dedos pulgar e índice.
—¿Te duelen así un poquito?
—Si me duelen.
—Bueno, un poquito está muy bien, me encanta que sientas el dolor, quiero verlo en tus ojos; ¿verdad, Donjavi que nos gusta? —Y entonces le retorcía los suaves botones con más fuerza, arrancándole grititos que terminaban en suspiro.
—Necesito que me digas lo mucho que te duele, mariposa, pero no con palabras, con tus ojos, es muy importante que me lo expreses; dímelo con tu boca: si te duele mucho, ábrela mucho, ¿lo entiendes?, es como un juego.
Entonces tiró de sus pechos hasta casi subirla en vilo, y ella abrió al máximo los labios en un grito mudo, con los ojos también de par en par, emborronados ya por las lágrimas, hipnotizados y fijos en los de Héctor. Luego aflojó la presión.
—Así un poquito menos, ¿no?
Ella dejaba la boca solo entreabierta, temblorosa y húmeda.
—Muy bien, lo haces muy bien. —Y volvía a subir el nivel, haciéndola dar un respingo. Otras veces cesaba los tirones, sustituía los pellizcos por roces en la piel enrojecida y sensible. Cerraba ella la boca entonces, sin apartar la mirada de los ojos de MisterKhan, que eran por momentos severos o comprensivos.
—¡Qué maravilla! Lo haces genial —le decía Héctor con orgullo, a medida que ella reaccionaba de forma más automática a las acciones de él sobre su cuerpo, expresando y aceptando el dolor con todo el rostro abierto y entregado, lloroso; olvidada cualquier preocupación por la estética o por la apariencia, y siempre clavados en él sus ojos azul celeste en cuyo fondo se percibían, ahora con pureza, el dolor y el abandono.
Héctor siguió un rato con el juego, comprobando la precisión con que su boca reflejaba en silencio el nivel de dolor. Por fin, satisfecho, soltó los pezones hinchados y enrojecidos de vMariposa. Entonces, manteniéndola en la misma posición con una mano en los riñones, le subió la minifalda y de un manotazo le bajó el tanga hasta medio muslo. Entre el tejido de la prenda, que estaba encharcada, y su coño, rasurado y dibujado con la delicadeza de un cómic japonés, quedaron varios estirados hilillos de su flujo vaginal.
—Mira como está la nena —exclamó el dominante.
—¡Pero qué guarrilla! —replicó DonJavi con voz ronca.
MisterKhan recorrió la tenue rajita, exploró y abrió sus pliegues empapados. Luego la penetró con fuerza, varias veces, alternado con caricias en los labios y el clítoris. Primero con un dedo, luego con dos, siguió con penetraciones profundas, hasta que la palma de la mano golpeaba ruidosamente el pubis y el coño. Pronto la chica empezó a gemir rítmicamente, en puertas del orgasmo.
—¿Quieres correrte, mariposa?
—¡Sí, por favor!
Pero él la soltó de pronto y la dejó jadeando y al borde del clímax.
—Estoy seco —dijo volviéndose hacia DonJavi—, ¿tomamos otra copa?
En cuanto el otro asintió, algo sorprendido, MisterKhan soltó las manos a vMariposa y le tendió un par de billetes.
—Ve a traernos dos gintonics, mariposa —le dijo. Ella protestó, mirando a su dominante, con la frustración del orgasmo arruinado en la cara descompuesta.
—¡Haz caso al míster! —le ordenó DonJavi, con el rostro también extrañamente alterado.
Ella se levantó, con las piernas temblando tras el largo rato arrodillada, y como intentara subirse el top, Héctor le desabrochó bruscamente los cierres de la espalda y la dejó desnuda de cintura para arriba. Luego, viendo que llevaba aún el húmedo tanga enganchado en los muslos, se lo arrancó de un tirón y lo dejo caer al suelo.
—Así vas bien; venga date prisa —dijo, y la envió hacia la barra, excitada y furiosa, tambaleándose sobre los altos tacones, con el coño y muslos empapados y mostrando a todo el club los pechos con los doloridos pezones enhiestos, rojos de sangre recogida.
Después tomaron la copa, charlando. DonJavi, normalmente parlanchín, estaba más callado que nunca, casi tímido. Preguntó a MisterKhan por sus experiencias con diversas técnicas y dejó que éste se explayara, escuchándolo como hipnotizado. Al igual que vMariposa: la chica, enfurruñada y despeinada pero quizá esperando nuevas atenciones y desahogo para sus deseos, no quitaba ojo a Héctor, sintiendo aun las manos del hombre presentes en su cuerpo, pegajoso y dolorido… Pero la velada terminó y tuvo que conformarse con un tironcito en la barbilla y un “Buena chica” como despedida.
* * *
Le dice Guadalupe que ya ha terminado de limpiar. Ella se queda de pie, con las manos agarradas sobre el pubis, siempre retorciéndolas un poco… Héctor la hace esperar, inmóvil ante él, mientras acaba de leer los mensajes de DonJavi. El joven dominante le dice por WhatsApp que no ha logrado reproducir con vMariposa aquel mismo juego con los pezones que tuvo lugar en el Tabú. Insiste en lo mucho que le excitó y comenta las sensaciones de ella en detalle, como si necesitara entenderlas, sentirlas desde dentro… Héctor, abrevia la conversación y quedan por fin en verse el sábado próximo en el Club.
—Bueno, pues vamos a ver cómo ha quedado todo… —dice levantándose, y Guadalupe le muestra las distintas zonas ya limpias y arregladas. Ella siempre muy correcta y con las manos cruzadas por delante. Él, con palabras de aprobación ante los trabajos hechos y sosteniendo con aire casual la regla escolar en la mano.
—Es mejor la costumbre de poner las manos atrás —le dice de pronto, y le aplica con la regla de madera un golpe no muy fuerte, pero sí seco, rotundo, en los finos nudillos de su mano. Ella da un respingo y lo mira alarmada. En ese momento piensa Héctor que el pequeño juego que ha surgido entre los dos, un poco por casualidad, de manera tácita…, se va a venir abajo con las protestas de ella. Por primera vez ha actuado físicamente sobre la mujer, la ha golpeado, y con esa agresión explícita ha rebasado sin duda todo lo aceptable socialmente, la frontera legal incluso. ¿Asumirá Guadalupe ese nuevo nivel de dominio, el ser corregida mediante el dolor corporal? Ella busca en la mirada del hombre signos de abuso, de agresión gratuita, lo cual haría saltar sus alarmas; o bien el sentimiento de un poder ineludible, natural, que le permita justificar ante sí misma la aceptación de ese golpe, el reconocimiento de un nuevo nivel de subordinación hacia Héctor.
Se miran unos segundos, él muestra una sonrisa tranquilizadora y una mirada sensata, firme y sin culpa. Por fin reacciona la mujer, junta rápidamente las manos tras la espalda y responde con una oleada de fuego subiendo a sus mejillas:
—Por supuesto, señor.
El resto de la revisión transcurre con normalidad. Hay un par de rincones, en zonas poco visibles, que ella ha olvidado limpiar. Héctor se lo hace notar claramente, señalando la zona sucia con la regla escolar.
—Se me ha pasado, lo siento señor —dice ella.
—No pasa nada, Guadalupe, ponga más atención la próxima vez o algo habrá que hacer…
—Sí, por supuesto.
Rápidamente se arrodilla sobre los azulejos para corregir el fallo, frotando con energía, ante la observadora mirada de Héctor. Está tentado de usar la regla sobre sus nalgas temblorosas o sobre sus muslos, otra vez al descubierto por la postura, pero prefiere no tensar demasiado la cuerda este primer, sorprendente día. “Habrá ocasión para ello”, piensa.
Por fin vuelven a la zona de estar. Ella se quita la bata y permanece en su lugar, ahora con las manos a la espalda, presentando muy erguido su cuerpo en ropa interior. Héctor ha puesto el vestido de Guadalupe en una silla fuera del alcance de la vista. Así ella ha de quedarse esperando hasta que le entregue la prenda. Pero antes busca en su cartera el dinero acordado y se lo tiende. Como están muy cerca puede notar que está algo agitada, sus pechos abundantes se alzan con fuerza, y mantiene la ligera tripita metida, en tensión. Tiene las mejillas encendidas y Héctor puede aspirar el ligero perfume del trabajo realizado, del champú que utiliza…. También aprecia ahora mejor la pequeña cicatriz bajo su ombligo y el ancho y mullido pubis cubierto por la braga de mercadillo.
Héctor le sonríe y alaba el trabajo realizado. Le entrega por fin su vestido:
—Ya puede vestirse, Guadalupe —le dice.
Acabo de conocer tu blog. es un gusto.
Bruno y Mia: Mil gracias por vuestras palabras; el placer es mutuo 🙂