En una pantalla de cine casero, Héctor proyecta cuadros de Rothko, imágenes de mazmorras, fotogramas del ‘Caligari’ de Wiene. Sobre ese fondo, la figura vertiginosa de Jade modela conjuntos fetichistas, corsés de cuero, vinilos, arneses… Frente a ella, vemos al maduro dominante muy atareado con las luces, dando instrucciones, disparando la cámara rítmicamente, como en trance…
—Marisa, ¿puedes traer otro par de botellas —dice a su sumisa agitando un agua ya vacía—, por favor?
A ella le gusta pensar que su colaboración en las sesiones de fotos es importante, si bien hace sobre todo de chica de los recados, preparando bebidas, trayendo materiales si hacen falta y cumpliendo pequeñas indicaciones… Así que va rauda a cumplir su misión, aunque con paso algo inseguro a causa del grueso plug anal que lleva introducido en su escocido esfínter…
Marisa, como sumisa oficial, lleva ya desde la mañana en casa de MisterKhan. Después de comer, el dom ha decidido usar su trasero, el orificio que a ella le exige un mayor sacrificio. A modo de preliminares le ha penetrado el ano largamente: primero con los dedos, separándolos con fuerza dentro de ella, y después con distintos objetos hasta lograr una buena apertura, a la vez que una irritación intensa. A pesar de todo, ella ha estado muy excitada, chorreando, de hecho; pero su dominante no ha concedido a sus ardores ningún alivio. Se ha limitado a usar su propio flujo vaginal como lubricante para una sodomización prolongada y muy placentera para él. Al acabar, ambos agujeros de Marisa han quedado en llamas: el uno, ensanchado y en carne viva por el uso; el otro, por la extrema necesidad de desahogo…
Luego se han puesto a preparar el escenario y materiales para la sesión de fotos con Jade, pero antes MisterKhan le ha clavado en el ano un grueso plug, “para que no se te cierre tan pronto”, así que toda la tarde sigue con una quemazón íntima, humillante, y la sensación del cuerpo abierto y forzado. Tampoco le ha dejado ponerse una ropa digna para ayudar durante el trabajo fotográfico: en contraste con el glamur de la estilizada modelo africana y del look profesional de Héctor (vaquero clásico y jersey fino, granate, de cuello en pico, directamente puesto sobre la piel), Marisa lleva solo unas bragas que cubren a duras penas la base plana del plug y sus carnes irritadas, y una camiseta floja bajo la que se balancean sus pechos sin sujetador.
—Toma, Jade. —Se ruboriza Marisa al darle el botellín, pensando si la modelo estará de alguna manera enterada del émbolo de casi tres centímetros de diámetro que ensancha su ano hirviente. La mirada gélida y despectiva de Jade, que con los tacones de aguja es casi treinta centímetros más alta, la hace sentir como un saco de patatas a su lado…
Aunque Marisa en todo momento muestra naturalidad y simpatía, lo cierto es que la presencia de Jade le resulta siempre muy perturbadora. Sabe que, además de su relación laboral, Héctor y ella tienen sesiones de sexo y BDSM de una intensidad que prefiere no imaginar. Nunca se atrevería a mostrarse celosa, pero algo se retuerce en su interior cuando la sumisa es testigo del hilo que hay entre fotógrafo y modelo, y del notorio ascendiente que MisterKhan tiene sobre la mulata.
A ello se une el complejo de inferioridad física: los más de veinte años de diferencia de edad, la superior estatura y tipo de la africana, la perfección de su cuerpo y su exótica belleza. Por contra Marisa es, y así lo percibe intensamente, una cuarentona de buen ver, pero más bien bajita, con muslos y caderas rechonchos por la celulitis y unos pechos —en realidad muy apetecibles— que ella siente como antiestéticas ubres separadas y caídas…
Así pues, su situación es delicada: cuando hay sesión de fotos ella quiere estar presente y reclamar así su espacio en la casa del dominante; por otro lado padece la constante inquietud de los celos y la humillación por las diferencias físicas, acentuada por el desdén de Jade hacia ella. Ya que han fracasado siempre los esfuerzos de Marisa por acercarse a la joven con amistad y camaradería: ésta la mira siempre desde su altura, con ojos glaciales que la aplastan en su figura sin esbeltez. Lo curioso es que la espectacularidad física y el desprecio de la africana humillan profundamente a Marisa, pero a la vez despiertan en ella una especie de admiración morbosa…
La sesión sigue, con cambios de vestuario, de decorado. Marisa ayuda en lo que puede, mortificada por su intenso escozor anal, y también por una excitación que le hace estirarse la camiseta por delante para ocultar alguna posible filtración húmeda en sus bragas.
—Esos zapatos están mal, parece que tienen polvo —se oye de pronto a Héctor, disgustado—, y tienen que tener un brillo bonito. —Se detiene la sesión y los tres se quedan mirando al díscolo zapato… Al fin el dominante añade—: Marisa, ¿no puedes limpiarlo un poquito?
La sumisa se arrodilla a los pies de Jade y, a falta de mejor instrumento, quiere frotar el zapato con un pañuelito de papel.
—No, no… así va a quedar mate —dice Héctor con impaciencia—; dale un poco de saliva o algo así…
Marisa va a objetar algo pero, antes de abrir siquiera la boca, siente en su cabeza la mano del dominante que dulcemente la hace inclinarse hacia adelante, hasta que sus labios están a unos centímetros del hermoso zapato de aguja, con tacón metálico. Entonces, irrefutable como cayendo sobre el Sinaí, la voz de MisterKhan:
—¡Vamos!
Y ella solo tiene que sacar la lengua y alargarla hasta sentir el contacto geométrico y exacto del cuero; y con la punta primero, luego también con la parte ancha, recorrer la delantera —y su nariz ha rozado el empeine duro y tibio de la africana— y también el lateral del zapato. Entonces se incorpora como en sueños y allí está Héctor que le sonríe, complacido; y Jade, observándola como si mirara a un perro que ha traído prontamente la pelota.
—A ver, sácale un poco el brillo, ¿no? Con la camiseta aunque sea…
Ya Jade le ha plantado el zapato en el muslo y ella frota el cuero húmedo de su saliva, rogando que el brillo sea el óptimo para la foto, hasta que nota cómo el agudo tacón se le está clavando en la carne dolorosamente, quizá sin quererlo la propietaria, piensa. Luego la modelo retira el pie pero permanece junto a Marisa, aún en el suelo, sentada en los talones, sintiendo que su culo bien relleno está a punto de reventar, y el esfínter tan irritado que a cada mínimo movimiento gritaría.
—Ahora el otro —dice MisterKhan, y no es una sugerencia.
Ambos la miran con apremio: el dominante con la exigencia de ser obedecido; la modelo con sonrisa burlona, esperando ver cómo se rebaja ante ella. Desde luego, son los dos muy conscientes de los complejos y celos de Marisa hacia Jade y están disfrutando de su humillación… La sumisa nota un bochorno intenso que le sube a la cara, un zumbido en los oídos y, sobre todo, una especie de succión ardiente que le corre entre las ingles y el ombligo. Quiere levantarse y escapar, pero en lugar de ello se pone a cuatro patas, con el culo penetrado en pompa y lame con fervor. Durante un segundo, siente incluso el vértigo de besar la piel aromática y perfecta de la africana, pero se limita a saborear el amargo regusto del cuero al darle una segunda pasada con la lengua bien extendida y húmeda.
Nuevamente le ha puesto Jade el pie sobre el muslo para que ella abrillante el zapato, y en esta ocasión no hay duda, es adrede que la mulata le hinca el tacón, imprimiéndole un movimiento giratorio para clavárselo más dolorosamente en la carne. Marisa levanta la mirada para protestar pero se encuentra con los ojos de la joven modelo, que contemplan con sorna sus pechos balancearse con el propio movimiento del frotar. Se queda entonces inmóvil, con la vista baja y los brazos colgando a los lados. Los zapatos están perfectos, y aun así acepta con silenciosa fiebre que Jade siga durante largos segundos clavándole el tacón en el muslo, donde persistirá toda la semana como recordatorio una redonda marca color vino.
—Genial, muy bien —dice entonces MisterKhan, complacido— vamos a seguir, que se hace tarde.
Reanudan el trabajo. Marisa permanece en el suelo largo rato, de rodillas, sin poder levantarse: son tales el dolor, el ardor y la vergüenza que bien podría correrse —piensa ella— sin más, allí mismo.
No voy a decir lo que le hubiera hecho y dicho a la Africana si hubiera sido yo Marisa, Jajajaa. Me ha encantado!!! Sobre todo ver lo cachonda que se pone Marisa por toda la situación que está viviendo… 🙂
Y vivan las cuarentañeras, jeje soy una de ellas xD
Cloe, desde luego. que vivan, y sin duda son las protagonistas 🙂
Si, qué maldad y arrogancia… (Aunque ya llevó lo suyo en el capítulo anterior y en los siguientes :)). Aunque a veces esas maldades, son también causa de mucha fascinación y morbo 🙂
¡Muchas gracias! 🙂
Sí, las 'maldades' de algun@s son fruto de atracción, morbo y excitación de otr@s., Jajaja sólo hay que ver cómo se pone Marisa :))